FESTIVAL EUTOPÍA

Vivido en primer plano

No siempre es fácil describir una emoción utilizando la fuerza de la palabra pues, a veces, parece que estas no alcanzan la justicia que el acontecimiento merece. Ya lo dijo Gustave Flaubert: «(…)la palabra humana es como un caldero rajado con el que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando lo que querríamos es conmover a las estrellas».

Yo quiero hablar del concierto de Les Blondes que pudimos disfrutar en el Festival Eutopía con la misma ilusión con la que lo viví entre el público, ilusión similar a la que sienten los niños la víspera de Navidad, incontenible al ver los regalos bajo el árbol. Pues este concierto, al fin y al cabo, fue un regalo que llevábamos esperando mucho tiempo. Todo el tiempo que la pandemia nos había arrebatado.

Aquella tarde estaba permitido disfrutar como muchos ya ni recordábamos. Y qué fácil fue desde el comienzo conectar con ellos, con el resto del público, con la felicidad propia de un concierto ahora intensificada por el letargo que la cultura llevaba sufriendo. Allí estábamos. Personas de absolutamente todas las edades reunidas por un mismo propósito y por un mismo sentimiento contenido en los ojos: la pasión por la música y el compromiso para con los músicos más valientes, los que son capaces de reinventar e incluso iniciar un género nuevo.

Algunos ya conocíamos a Les Blondes y otros pudieron demostrar su sorpresa en aquel mismo momento. Sin embargo, a unos y a otros nos conectaba el desconocimiento de haberlos visto nunca sobre un escenario pues, como digo, la situación que nos precedía no nos había ofrecido más que una virtualidad limitada.

Y, por fin, comenzó la magia. Con una melodía que trascendía las barreras del espacio-tiempo y que vinculaba el sonido emitido con el de Pink Floyd, Les Blondes consiguió conectar con el público desde la primera nota, precisamente, por recurrir a un sonido que podríamos denominar como universalmente conocido para después dar el giro hacia su verdadera intención: mostrar al mundo su trabajo como emergentes, esa indagación entre lo viejo y lo nuevo tanto en forma como en contenido, pero siempre, conectando con los recuerdos más tiernos de cada uno de los espectadores.

Uno de los momentos más recordados es el de la versión de 20 de enero de La Oreja de Van Gogh, manteniendo siempre viva la llama de la sorpresa.

Desconectar y distraerse en otra cosa no era posible pues, en todo momento y pausa, Les Blondes aprovechaba para interactuar y hablar con el público, haciéndonos formar parte del evento de manera activa.

Algunos fans, incluso desde las posiciones más alejadas del lugar, pedían a Carlos que hiciera un solo de batería o a Gomichin que cantara su primer single El Muro para que pudiéramos acompañarlos con nuestras voces.

Otros, más atrevidos y conocedores del característico humor de los integrantes -que siempre muestran su lado más divertido en las redes sociales- lanzaron al escenario una prenda íntima en la que se podía leer con tinta un I ♥ YOU que despertó la risa del público y de los propios músicos.

Todo el lugar estaba repleto de gente, incluso en las partes altas del edificio pudimos ver a distintos fans con sus teléfonos móviles enfocando al escenario, buscando los mejores ángulos para fotografiar y grabar el concierto y así guardar siempre este momento que, sin duda, fue el prólogo de una trayectoria que se abrirá paso por los distintos escenarios no solo de Córdoba, sino de toda la nación.

Rebeca Cost.

No siempre es fácil describir una emoción utilizando la fuerza de la palabra pues, a veces, parece que estas no alcanzan la justicia que el acontecimiento merece. Ya lo dijo Gustave Flaubert: «(…)la palabra humana es como un caldero rajado con el que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando lo que querríamos es conmover a las estrellas».

Yo quiero hablar del concierto de Les Blondes que pudimos disfrutar en el Festival Eutopía con la misma ilusión con la que lo viví entre el público, ilusión similar a la que sienten los niños la víspera de Navidad, incontenible al ver los regalos bajo el árbol. Pues este concierto, al fin y al cabo, fue un regalo que llevábamos esperando mucho tiempo. Todo el tiempo que la pandemia nos había arrebatado.

Aquella tarde estaba permitido disfrutar como muchos ya ni recordábamos. Y qué fácil fue desde el comienzo conectar con ellos, con el resto del público, con la felicidad propia de un concierto ahora intensificada por el letargo que la cultura llevaba sufriendo. Allí estábamos. Personas de absolutamente todas las edades reunidas por un mismo propósito y por un mismo sentimiento contenido en los ojos: la pasión por la música y el compromiso para con los músicos más valientes, los que son capaces de reinventar e incluso iniciar un género nuevo.

Algunos ya conocíamos a Les Blondes y otros pudieron demostrar su sorpresa en aquel mismo momento. Sin embargo, a unos y a otros nos conectaba el desconocimiento de haberlos visto nunca sobre un escenario pues, como digo, la situación que nos precedía no nos había ofrecido más que una virtualidad limitada.

Y, por fin, comenzó la magia. Con una melodía que trascendía las barreras del espacio-tiempo y que vinculaba el sonido emitido con el de Pink Floyd, Les Blondes consiguió conectar con el público desde la primera nota, precisamente, por recurrir a un sonido que podríamos denominar como universalmente conocido para después dar el giro hacia su verdadera intención: mostrar al mundo su trabajo como emergentes, esa indagación entre lo viejo y lo nuevo tanto en forma como en contenido, pero siempre, conectando con los recuerdos más tiernos de cada uno de los espectadores.

Uno de los momentos más recordados es el de la versión de 20 de enero de La Oreja de Van Gogh, manteniendo siempre viva la llama de la sorpresa.

Desconectar y distraerse en otra cosa no era posible pues, en todo momento y pausa, Les Blondes aprovechaba para interactuar y hablar con el público, haciéndonos formar parte del evento de manera activa.

Algunos fans, incluso desde las posiciones más alejadas del lugar, pedían a Carlos que hiciera un solo de batería o a Gomichin que cantara su primer single El Muro para que pudiéramos acompañarlos con nuestras voces.

Otros, más atrevidos y conocedores del característico humor de los integrantes -que siempre muestran su lado más divertido en las redes sociales- lanzaron al escenario una prenda íntima en la que se podía leer con tinta un I  ♥ YOU que despertó la risa del público y de los propios músicos.

Todo el lugar estaba repleto de gente, incluso en las partes altas del edificio pudimos ver a distintos fans con sus teléfonos móviles enfocando al escenario, buscando los mejores ángulos para fotografiar y grabar el concierto y así guardar siempre este momento que, sin duda, fue el prólogo de una trayectoria que se abrirá paso por los distintos escenarios no solo de Córdoba, sino de toda la nación.

 

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